Tiempos de ira en la paz monástica
La obra de Víctor Hugo Núñez
en el Museo del Exconvento de Tepoztlán
El antiguo convento construido en el siglo XVI por los habitantes de Tepoztlán, bajo la dirección de los frailes dominicos, fue dedicado a María, virgen madre, virgen de La Natividad, generadora de vida: “María” dicen los oreros con claveles pintados en los muros del claustro; “María” dicen también diversos logogramas en esos muros ancestrales. La devoción mariana se reitera aquí, allá, en este monumento histórico hoy Patrimonio de la Humanidad y Museo desde hace más de veinte años. Durante los meses de marzo y abril de 2014 el Museo Exconvento albergó, también con devoción, a otras Marías, laicas, contemporáneas, anónimas, surgidas de las manos del escultor Víctor Hugo Núñez para denunciar, con azoro, con rabia, la atroz violencia desatada en contra de las mujeres en este México transido, fracturado, que en Ciudad Juárez -como caso extremo- purga sus graves desajustes, su patología, su desasosiego.
CONTRAESQUINA. MURMULLOS DE CIUDAD fue el título que dio Núñez a la muestra escultórica presentada en este recinto, integrada por ocho obras de gran formato que forman parte de su producción reciente: Hombre sentado, Contraesquina, Tiempos de ira, Puertas, Alcantarilla al atardecer, Tzompantle, Mujer, y María, son en su mayoría, conjuntos de guras humanas a escala real, trabajadas en acero al carbón y resina poliéster, que conforman puestas en escena, espacios escultóricos transitables.
En las obras Contraesquina y Alcantarilla al atardecer grupos de hombres autómatas, enajenados, emergen de alcantarillas, de rendijas abiertas en muros de asfalto público, deshidratado; caminan sin rumbo sobre la línea divisoria de las avenidas: ¿a dónde van? Son hombres, obreros cuya piel absorbió, angustiosa, improductivamente, las herramientas de trabajo.
Hombres inexpresivos, lacerados, forman juntos el engranaje de una máquina que los ha devorado, que los desecha inservibles. Las mujeres en Tiempos de ira son, en cambio, entes erotizados por la imaginación delirante, procaz, enferma de quienes las ven transitar solitarias, anónimas: indefensas presas de caza. Cuerpos femeninos violentados, amordazados, envilecidos. Como María, la adolescente real, víctima grávida, cuyo cuerpo se desintegra y sus partes, inocentes e ingrávidas ahora, se incorporan como cuerpos celestes al espacio. Dolor vuelto delirio, locura. Dolor sublimado.
La obra Tzompantle contemporaniza los altares de cráneos humanos que nuestros antepasados levantaron en las plazas ceremoniales de sus ciudades para ofrendarlos a sus dioses. Monumentos formados con cráneos de hombres sacri cados para mantener el orden cósmico, víctimas indispensables, propiciatorias, altamente signi cativas en la cosmovisión prehispánica. ¿Cuál es el sentido de las víctimas actuales? Tzompantle actual -el de Víctor Hugo- de máscaras, de cráneos fantasmagóricos, inútiles. Altar a nuestros muertos sin sentido. Ironía, sarcasmo iracundo de Núñez.
Escultura impetuosa, contundente, avasalladora, fuerte en presencia; su fuerza interna se nutre paradójicamente de una gran fragilidad, de una sensibilidad extrema. Obra realista, expresionista, gestada orgánicamente en problemáticas sociales, re ejo de realidades, sociológica, política. Arte que denuncia, que confronta, que está entretejido en la trama de testimonios que somos: no está encima, debajo, ni a un lado ni aparte.
Con la obra de Víctor Hugo Núñez, MURMULLOS urbanos -aquellos indeseables que nos hacen desviar la mirada- invadieron la serenidad que aún exhala el viejo monasterio renacentista, románico, y contrastaron con el entorno de un pueblo empecinado en mantener su espíritu rural, sus referentes campesinos, su ethos, sus vínculos comunitarios. Acaso por ello el artista eligió este recinto: para hacer patente, por contraste, el fenómeno que denuncia: para advertir, quizá, lo que conlleva una economía deshumanizada que endiosa al capital, rasga vínculos tradicionales, desteje redes, descompone, corrompe, violenta.
Costó decidirnos a exhibir el tema de la violencia. La cuestión era si cabía reiterar, en este espacio museístico, el drama social que patológicamente vomitan, a diario, hasta intoxicarnos -quizá con la intención aviesa de generar insensibilidad- los medios de comunicación masiva. Esta polémica muestra escultórica de Núnez fusionó, en cambio, el silencio monacal con el grito que se vuelve hacia las entrañas de cada uno de nosotros para luego emerger estruendoso. El artista quiso, logró, confrontar a sus interlocutores: decidió servirse del arte para detonar conciencias, para decir: hasta aquí, no más: ¿qué sigue?
El artista se empeñó en compartir su ira. Sus razones tuvo. Rabia para generar rabia: o su antídoto una vez exorcizada. Tanta atrocidad ansía cordura, anhela vida. Fue un acierto albergar la obra escultórica de Núñez, contextualizarla en la espiritual atmósfera del antiguo monasterio; cobró aquí un signi cado distinto, propició un diálogo íntimo, meditativo, casi sacro. Dejó una impronta, no cabe duda, en los 22,127 interlocutores que visitaron esta muestra: un impulso vital, un mirar hacia adentro, un mirarnos de nuevo y empeñarnos, ya, ahora, en un cambio radical, profundo.
Marcela Tostado Gutiérrez
Directora delMuseo y Centro de Documentación Histórica Exconvento de Tepoztlán
INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA